Enredados

Dirección: Byron Howard y Nathan Greno.
Género: Animación.

Es más que evidente que la factoría Disney no posee el monopolio indiscutible sobre las películas de animación que ha tenido durante muchos años. DreamWorks o Sony son un ejemplo de otras factorías que ya poseen los medios adecuados para competir de tú a tú con la creadora del ratón Mickey Mouse, pero está claro que sólo Disney tiene el don de hacer cada una de sus películas mágica, de entretener a toda la familia, de hacer reír y sobre todo, enseñar en cada historia o cuento que lleva a la gran pantalla.
Enredados no es sino uno de esos clásicos de los ya innumerables que colecciona Disney. Puede que no sea tan famoso o eterno como lo han sido Blancanieves y sus Siete Enanitos, o los juguetes de Toy Story, pero ahí está, como el resto de películas maravillosas que marcaron nuestra infancia, demostrando que Disney tiene muchos cartuchos aún, con nuevas historias y cuentos que contar sin abandonar su fiel estilo: personajes entrañables, risas continuas, momentos de lágrimas y nuevas lecciones que aprender de la vida a través de sus personajes.
Esta vez, la princesa Disney se llama Rapuncel, tiene una larga melena y vive en una alta torre desde la cual vierte su melena para que podamos subir a ella. La mala del cuento (rara es la película de Disney donde no haya una mala, una bruja o una hechicera con ganas de hinchar las narices) la tiene encerrada con ella, para así beneficiarse del don de la eterna juventud que tiene la cabellera de Rapuncel. El príncipe del cuento, el guaperas de turno, el caballero que salva a la dama en apuros es esta vez un joven ladrón, creído y que sólo piensa en sí mismo, a quien le toca enseñar a la dama las maravillas y atrocidades del mundo que se esconden más allá de su torre.
Con respecto al apartado técnico, huelga mencionar la extrema rapidez de muchos de los diálogos y escenas, y un guión que tal vez puede ser estirado y explotado más aún, pero nada de esto oscurece la película, impresión que tiene el espectador al acabar de verla.
En una salsa de golpes de risa, tortazos, canciones alegres y momentos de tristeza, la acción poco a poco se va desarrollando haciéndola amena al espectador conforme pasan los minutos; característica habitual de los clásicos Disney: enseña todo lo bueno que puede: la bondad de los personajes, las risas para los niños –y no tan niños-, el amor entre los protagonistas…; así como los peligros y maldades que nos esperan también en el mundo. Es eso lo que diferencia a la factoría Disney del resto: la magia única que transmite en cada historia, en cada personaje de cuento, a todos los espectadores, ya sean niños o adultos. Ese don es lo que hace más especial cada película, que cada vez que nos dispongamos a ver una nueva película de esta factoría, ya sabemos todos por inercia de antemano que vamos a disfrutar como cuando niños, que vamos a pasar nuevos momentos agradables e inolvidables y una nueva lección vamos a aprender de manos de personajes como juguetes, princesas, jorobados, niños perdidos en la selva o animales adorables. Con cualquier historia y protagonista, Disney enseña sus valores, sus ideales, su visión del mundo, esa magia.